Controlar los pequeños caprichos de la alimentación reduciría el riesgo de sufrir algunas de las enfermedades comunes más graves, según un estudio  Alimentación inteligente

Un aperitivo de patatas fritas, una rebanada de pan blanco en cada una de las principales comidas, 120 gramos de pizza, cuatro galletas de chocolate o tres cuartos de un donut. Estos alimentos, y en las cantidades exactas que se indican, comparten algo más que su alto contenido en calorías vacías, su escaso o nulo valor nutricional o el consejo de que su consumo debería ser ocasional. Cada uno suma 300 calorías, exactamente las que deberíamos eliminar de nuestra dieta diaria para alejar significativamente el riesgo cardiometabólico o, lo que es lo mismo, reducir la probabilidad de daño al corazón y los vasos sanguíneos a causa de colesterol LDL alto, exceso de grasa en la sangre, bajo colesterol HDL, presión arterial alta, resistencia a la insulina y obesidad.

La propuesta llega de la Universidad de Duke, en Estados Unidos, y lo más curioso es que atañe a todas las personas: gordas y menos gordas, flacas y menos flacas. Aquí no hay indulto para nadie. Lo que la investigación, dirigida por el cardiólogo y profesor de Medicina William Kraus, ha querido demostrar es que, independientemente del peso que uno tenga, una restricción calórica moderada mantenida en el tiempo supone una ventaja sustancial para la salud cardiovascular en individuos jóvenes y de mediana edad que no son obesos. ¿No renunciaríamos a esos caprichos por una promesa cuyos beneficios llegarán también a largo plazo? Visto así, ¿qué son 300 calorías?

Un 10% menos de peso en dos años

Los 218 adultos menores de 50 años que participaron en la investigación forman parte del proyecto CALERIE, que está en curso y cuyo objetivo es evaluar los efectos a largo plazo de la reducción de ingesta de calorías. Los científicos les pidieron que redujeran el 25% de calorías diarias durante 24 meses, aunque el promedio se quedó en el 12%. No solo consiguieron bajar un 10% de su peso, la mayor parte (71%) en grasa, sino que las mejoras en los registros que miden la posibilidad de enfermedad metabólica fueron evidentes. Tras someterse a dos años de restricción calórica moderada, los voluntarios mejoraron sus niveles de colesterol (un término rodeado de medias verdades), presión arterial, lípidos plasmáticos, proteína C reactiva de alta sensibilidad y glucosa, entre otros marcadores de riesgo cardiovascular. También presentaron menores niveles de inflamación crónica, que está relacionada con las enfermedades cardíacas, el cáncer y el deterioro cognitivo.

Los hallazgos de este ensayo, publicado en la revista The Lancet Diabetes&Endocrinology, delatan que, en lugar de obsesionarse tanto por la pérdida de peso, la población debería preocuparse más por los cambios metabólicos que ocurren al decidir consumir menos calorías de las que se gastan. "La gente -señala Kraus- puede atenuar la carga de la diabetes o la enfermedad cardiovascular con bastante facilidad, simplemente controlando sus pequeñas tentaciones aquí y allá, o tal vez reduciendo la cantidad de ellas, sobre todo después la cena".

Pero a los autores del trabajo aún les falta dar con esa molécula prodigiosa que sería la responsable de que todo esto suceda. "Hay algo acerca de la restricción calórica, un mecanismo que aún no entendemos, que da como resultado estas mejoras", dice Kraus. De momento, ya se han puesto a la tarea de seguir explorando, a partir de las muestras recolectadas de las personas involucradas en el estudio, hasta dar con esa señal metabólica o molécula mágica.

Las calorías de la fruta no se tocan

Suena prometedor, pero el planteamiento de las 300 calorías menos que propone la Universidad de Duke, según la nutricionista Elena de la Fuente, debe interpretarse con un matiz inexcusable: "No sirve restarlas si no se mantiene una alimentación adecuada a cualquier edad e independientemente del peso. La clave, por tanto, para evitar esos factores asociados con una prevalencia mayor de morbilidad y mortalidad cardiovascular, sería vigilar la procedencia de esas calorías sobrantes. De nada valdría eliminarlas de las frutas y verduras, por ejemplo".

El consejo de la nutricionista es empezar a revisar la energía que procede de productos de escaso valor nutricional y caprichos superfluos que están reemplazando en nuestra dieta a la comida real, es decir, a los granos enteros e integrales, vegetales, legumbres y proteínas de calidad. De la Fuente da por bueno el consejo de Duke si las calorías se restan a los azúcares y cereales refinados, ausentes de fibra y de absorción rápida; a los zumos, que tampoco tienen fibra y cuyo consumo habitual se asocia con riesgo de sobrepeso, diabetes y enfermedad cardiovascular; y a los productos procesados ricos en grasas saturadas y trans, que no producen saciedad (un concepto que hay que tener muy en cuenta en la dieta) y favorecen la aparición de exceso de grasa visceral o abdominal y de enfermedades relacionadas con el síndrome metabólico.

Igual que los investigadores de Duke, la dietista-nutricionista insiste en la gravedad de esa tendencia a consumir más energía de la que necesitamos, algo que se observa rápidamente en la mayoría de los menús diarios y en nuestro estilo de vida, a menudo demasiado sedentario. De la Fuente recomienda vigilar más estos aspectos que buscar el consuelo de la báscula. "Un peso aparentemente saludable", precisa, "puede ocultar mal estado metabólico según dónde se concentre la grasa, la composición corporal, antecedentes familiares o parámetros desviados en la analítica". La especialista recuerda que siempre habrá mayor riesgo cardiovascular cuando el peso tiende a acumularse en la zona abdominal, donde se encuentran parte de los órganos vitales.

¿Es seguro restringir la energía?

Estas advertencias no pueden ser más oportunas teniendo en cuenta que, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), las principales causas mortales de este siglo incluyen la diabetes, enfermedades cardiacas, cáncer, infarto cardiaco y Alzheimer. Y la propia OMS reconoce la restricción calórica sin malnutrición como una estrategia muy prometedora para retrasar el comienzo y el progreso de esas enfermedades metabólicas.

Pero también deja claro que esa disminución debe hacerse sin la falta de macro y micronutrientes, y sabiendo que el número de calorías que cada uno necesita realmente va a depender de la edad, el sexo o el nivel de actividad. Según la Fundación Española de Nutrición (FEN), la ingesta media en nuestro país es de 2.110 calorías, ligeramente por encima de las 2.000 diarias que, como término medio, se considera idóneas. El consejo de De la Fuente es comer de todo, pero equilibradamente y en las proporciones adecuadas, evitando los alimentos con mayores concentraciones calóricas que, por otra parte, suelen tener su origen en los antojos o el llamado hambre emocional.

Las ventajas de la restricción calórica se han comprobado con éxito en hongos, moscas, gusanos, peces y mamíferos. Los estudios en humanos son limitados debido a su dificultada para mantener un seguimiento a lo largo del tiempo y sin que los resultados se vean afectados por otras circunstancias. Un ensayo con dos monos gemelos en la Universidad de Wisconsin Madison, en 1989, validó los resultados obtenidos con animales de menor tamaño y demostró a la comunidad científica la necesidad de ensayos aleatorios controlados en humanos.

El estudio CALERIE comenzó en 2002 y tiene como objetivos comprobar si la restricción calórica es posible y segura en el ser humano, si sus efectos —reducir el estrés oxidativo y el ritmo del envejecimiento biológico, así como mejorar la función inmunológica y la sensibilidad a la insulina— son los mismos que en modelos animales, y si podrían aparecer efectos inesperados que impidan su recomendación generalizada, como algún deterioro en la función cognitiva o reducción en la densidad ósea. Hasta ahora, de sus resultados se desprende que una restricción del 12% es segura y bien tolerada por seres humanos no obesos.

La dieta mediterránea, una comida milenaria y divina, lista para exportar

Los alimentos locales, la forma de cocinarlos y de cosecharlos puede beneficiar al comercio cercano, a la biodiversidad, y a la salud global ante epidemias como la obesidad

 
Recogida de aceituna en una finca del Aljarafe, en Sevilla.

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Ánforas milenarias bien encajadas unas con otras por la zona cóncava, apiladas formando altos montículos, son ahora los cimientos y muros sobre los que se levanta el barrio romano de Testaccio. Por el río Tíber llegaban miles de barcazas que portaban desde distintas orillas del Mediterráneo infinidad de cántaros, cargados de aceite y vino, para surtir las comidas y bacanales de los antiguos romanos. Ese barro que sustenta ahora la vida de los habitantes y visitantes de la zona es el legado físico y el archivo que queda de aquella época, pero su herencia transciende más allá. Ese aceite y ese vino forman, junto con el pan, la triada de una dieta divina, digna de dioses, que se ha extendido durante siglos allende al mar y que se vislumbra, junto a otros ingredientes como las verduras, las frutas, los frutos secos y una pequeña cantidad de pescado y carne, como una de las opciones de alimentación más saludables y que hace frente a la epidemia de obesidad que recorre el planeta por el avance de los ultraprocesados y el sedentarismo.

Es la reconocida como la dieta Mediterránea, una combinación de alimentos y procesos de elaboración con más de 2.000 años de historia, que es referente mundial de nutrición y estilo de vida y fue declarado en 2013 como patrimonio inmaterial mundial por la Organización de la ONU para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). "Se puede destacar el tipo de grasa que lo caracteriza como el aceite de oliva, el pescado y los frutos secos; las proporciones en los nutrientes principales de sus recetas, que son cereales y vegetales como base, y carnes o similares como guarnición; y la riqueza en micronutrientes por la utilización de verduras de temporada, hierbas aromáticas y condimentos", indica la Fundación Dieta Mediterránea. Elementos que se unen a unas prácticas recomendables respecto a la transferencia de conocimiento en la agricultura, las cosechas, la pesca, la conservación de los productos, su elaboración y su manera compartida de consumirlos. "Fomenta el encuentro entre culturas, la producción local y de la biodiversidad", han coincidido en resaltar los expertos convocados durante el evento Más de 2.000 años de dieta Mediterránea, celebrado estos días en la sede de la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricutura (FAO), en Roma, para prevenir la manultrición, como recoge la agenda 2030.

"Es un estilo de vida bello, bueno, saludable y de placer. Un sistema tradicional que trae biodiversidad. El aceite, el pan y el vino fueron la tríada que en la Antigüedad clásica suponía un regalo divino y se relacionaba con los dioses Atenea, Démeter y Baco", señaló Marino Niola, codirector del Centro de Investigaciones Sociales sobre la Dieta Mediterránea (MedEatResearch), que resaltó también que una de las más interesantes bondades de esta dieta ha sido la convivencia entre culturas, el intercambio de saberes, tradiciones y comercio. "La dieta mediterranea es un motor de la historia, de economía, de política. Permitió el diálogo entre tres continentes, con alimentos que procedían del Líbano, con mezclas de las culturas del Egeo, etruscas, romanas... Es una dieta fruto de la evolución, de un gran parlamento alimentario", indicó también el divulgador italiano Alberto Angela, que destacó que sus poblaciones acertaron en abrirse a otras regiones y asumir, por ejempo para las pizzas, el tomate de Latinoamérica y las búfalas con las que elaborar los quesos, que previsiblemente llegaron de Asia. "Estamos comiendo la historia literalmente. La unión de un pueblo, sus lenguas, su cultura, todo junto", consideró. "Es el resultado de las migraciones".

Estamos comiendo la historia literalmente. La unión de un pueblo, sus lenguas, su cultura, todo junto

Alberto Angela, divulgador

Pero no fue hasta 1975 cuando se le denominó dieta Mediterránea, según recordó la antropóloga y codirectora del MedEatResearch, Elisabetta Moro, que señaló que fue la pareja de científicos estadounidenses Ancel Keys y Margaret Haney los que pusieron el nombre a este estilo de vida que demostró ser más saludable para el corazón que el de la sociedad estadounidense. "Keys presentó evidencias de que en Estados Unidos los infartos eran una importante causa de muerte en adultos", señaló Moro, que añadió que el profesor napolitano, Gino Bergami, vio que en su localidad no se sufrían apenas enfermedades cardiovasculares y se le ocurrió comparar los patrones alimentarios de Mineápolis con Nápoles. La conclusión fue que los italianos pobres comían principalmente granos y verduras, y los estadounidenses ricos consumían más carne y leche. "Encontró la diferencia principal en los niveles de colesterol, y desde 1958 impulsó el llamado Estudio de los Siete Países, con el que llegó a la conclusión de que la alimentación era más sana en Italia, Grecia, Yugoslavia y Japón que en Holanda, Finlandia y Estados Unidos", ilustra Moro. Más tarde, han sido numerosas investigaciones las que avalan sus beneficios, como el ensayo Predimed publicado en 2013, que concluyó que reduce en un 66% los problemas circulatorios, en un 30% los infartos e ictus y en un 68% el riesgo de cáncer de mama.

El debate trascendió también a la conveniencia de exportar la dieta Mediterránea a otras regiones del mundo y a la promoción de los alimentos estacionales, frescos y de cercanía, frente a los ultraprocesados y cargados de azúcares, grasas saturadas y aceites, que por sus precios más bajos, sus fuertes sabores o por la inmediatez de su consumo invaden los estómagos de la población. Un mensaje lanzado para garantizar la sostenibilidad y la soberanía alimentaria y evitar la creciente e imparable cifra de 40 millones de niños menores de cinco años con sobrepeso y más de 2.000 millones de adultos con este padecimiento. "Los sistemas alimentarios sostenibles en general, y la dieta mediterránea en particular, son respuestas concretas a muchos problemas en nuestra región, como la inseguridad alimentaria, el cambio climático, el desempleo juvenil y las desigualdades territoriales", señaló el Secretario General del Centro Internacional de Estudios Agronómicos Mediterráneos Avanzados (CIHEAM), Plácido Plaza, en otro encuentro reciente celebrado en FAO para poner en valor esta dieta.

Exactamente lo contrario a la ‘paleodieta’ es lo mejor para vivir más años

Un reciente estudio determina cuál es la dieta que más contribuye a la longevidad. Y, desde luego, no se parece en nada a la de los hombres de las cavernas

Habrá oído hablar de la dieta paleolítica. Su nombre no es aleatorio: está basada en los alimentos disponibles en la época de las cavernas (carne, pescado, frutas y verduras) y supone una ingesta alta de proteínas y muy pobre en carbohidratos. Sus defensores afirman que aún estamos diseñados para comer como nuestros antepasados más lejanos y que, por tanto, lo más saludable es hacerlo. Pero más allá de alejarse rotundamente del ideal de alimentación equilibrada, con los efectos en la salud que eso conlleva, privarse de hidratos de carbono podría también estar quitándole años de vida.

Un estudio realizado con ratones en la Universidad de Sídney (Australia) ha revelado que las dietas bajas en proteínas y altas en carbohidratos aumentan en el organismo los niveles de FGF21, una hormona segregada por el hígado a la que se le atribuyen múltiples efectos saludables, entre ellos, el de contribuir a la longevidad. La razón es su efecto protector sobre el sistema inmunológico, según un grupo de investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidad de Yale (EE UU). Comprobaron que, aumentando los niveles de producción de esta sustancia, la vida de los roedores se alargaba un 40%, porque la función inmune del timo (un órgano que se atrofia con la edad y pierde su funcionamiento, dando lugar a un aumento del riesgo de infecciones) estaba preservada por la hormona.

“Ya se sabía que FGF21 se estimulaba con la dieta pobre en proteínas, que indirectamente suele ser una dieta rica en carbohidratos. Pero la importancia que tiene este trabajo es que se han utilizado mil ratones alimentados con 25 dietas elaboradas con diferentes proporciones de nutrientes", explica Francesc Villarroya, investigador del Centro de Investigación Biomédica en Red-Fisiopatología de la Obesidad y la Nutrición (CIBERobn) del Instituto de Salud Carlos III y catedrático de bioquímica en la Universidad de Barcelona. Lo complicado en estos temas es probar estos efectos en humanos: "Los resultados son válidos, aunque hay que tomarlos con precaución”, advierte el experto.

Riesgos del exceso de proteínas

Al margen de los beneficios de mantener altos los niveles de FGF21, lo que sí parece claro es que ingerir principalmente proteínas durante largos periodos de tiempo entraña riesgos para la salud. Una investigación de la Universidad de Granada probó que una dieta hiperproteica destinada a la pérdida fácil y rápida de peso aumenta el riesgo de desarrollar enfermedades de riñón a largo plazo. “Este órgano necesita trabajar más para excretar el exceso de urea proveniente de las altas dosis de este nutriente”, comentaba a BUENAVIDA Virginia Aparicio Garcia-Molina, autora principal del estudio. Y el bioquímico Francesc Villarroya, añade que fuerza mucho el trabajo del hígado, el órgano que procesa las proteínas para que sean eliminadas a través de la orina. Según el Grupo de Revisión, Estudio y Posicionamiento de la Asociación Española de Dietistas-Nutricionistas, todavía hay más consecuencias de un exceso de proteínas: debilidad, riesgo de fractura ósea, ganancia de peso a largo plazo, síndrome metabólico, daño renal, desórdenes gastrointestinales, pérdida de la autoestima, depresión y alteraciones en el comportamiento alimentario.

¿Un arma para combatir la obesidad?

Pero los beneficios de la hormona son más amplios: Villarroya lleva años estudiándola y ha descubierto que estimula la grasa parda para quemar glucosa y grasa de la sangre, lo cual es una buena noticia de cara a buscar tratamientos para combatir la obesidad y la diabetes. Actualmente, existen estudios piloto con humanos para ver los efectos de suministrar la hormona en personas con obesidad y diabetes, pero los resultados aún no son del todo esperanzadores: “Tras un mes de tratamiento con la FGF21, parece que disminuye el peso y las grasas en sangre, pero no se ven buenos resultados en glucosa", dice el experto.

La hormona de la longevidad también puede estimularse con una alimentación rica en ácidos grasos omega -3, presentes en el pescado azul (salmón, atún o sardinas), tal y como confirma Villarroya: “Hemos descubierto que este ácido actúa como un regulador clave de la síntesis de la hormona en el organismo”.

Cómo quemar mañana lo que coma hoy

¿Ha desayunado churros? Le tocará correr 12 minutos. Saque la calculadora y siéntese a la mesa sin miedo. Ya lo compensará

Los beneficios de una actividad física regular son numerosos: mejora del funcionamiento del corazón, control del peso, elevación de la autoestima y el bienestar personal, reducción del estrés o el mal humor. Coinciden en esto todas las sociedades médicas, entre las que se encuentra la Fundación de Hipercolesterolemia Familiar, que en su guía de reducción del colesterol enumera las mencionadas ventajas. Aunque, a tenor de los datos facilitados, sugiere una más: comer sin remordimientos. Porque si usted ha decidido que hoy, festivo nacional, se lo tomará de descanso. Y que, en lugar de sudar, prefiere acoplarse alrededor de la mesa, con familiares y amigos, a disfrutar de los manjares que en los días laborables no solemos permitirnos, sepa que esta misma asociación ha calculado cómo quemar las calorías de cada alimento culpable con distintas actividades: caminar (consumo: 5 kcal/min), correr (consumo: 9 kcal/min) y bicicleta a 20 km/hora (consumo: 11 kcal/min).

Así quemará mañana lo que se coma hoy

- 4 churros: 21 minutos caminando, 12 corriendo y 9 en bicicleta,

- 1 lata de refresco: 30 minutos caminando, 16 corriendo y 14 en bicicleta,

- 3 bombones: 30 minutos caminando, 17 corriendo y 14 en bicicleta,

- 1 chocolatina: 36 minutos caminando, 20 corriendo y 16 en bicicleta,

- 1 bolsa pequeña de patatas: 38 minutos caminando, 21 corriendo y 17 en bicicleta.

- 1 bolsa de palomitas: 38 minutos caminando, 21 corriendo y 17 en bicicleta.

- 6 galletas: 42 minutos caminando, 23 corriendo y 19 en bicicleta.

- 1 bolsa de frutos secos o pipas: 44 minutos caminando, 24 corriendo y 20 en bicicleta.

- Mazapán o turrón: 45 minutos caminando, 25 corriendo y 20 en bicicleta.

- 1 cruasán: 46 minutos caminando, 25 corriendo y 21 en bicicleta.

- 1 helado: 46 minutos caminando, 25 corriendo y 21 en bicicleta.

- 1 donut: 54 minutos caminando, 30 corriendo y 24 en bicicleta.

- 1 hamburguesa con queso: 64 minutos caminando, 35 corriendo y 29 en bicicleta.

- 1 porción de tarta: 70 minutos caminando, 39 corriendo y 32 en bicicleta.

- Bocadillo de embutido: 79 minutos caminando, 44 corriendo y 36 en bicicleta.

- 1 porción de pizza: 84 minutos caminando, 46 corriendo y 38 en bicicleta.

- Sándwich mixto: 100 minutos caminando, 55 corriendo y 45 en bicicleta.

- 1 menú grande de comida rápida (hamburguesa, patata y refresco): 236 minutos caminando, 131 corriendo y 107 en bicicleta.

La fórmula infalible para ponerse cachas

Ganar masa muscular no depende tanto del ejercicio realizado como de la forma en que se practica. La desvelamos

Ponerse cachas no depende tanto del ejercicio realizado como de la forma de practicarlo. Lo que importa es la relación entre la intensidad del ejercicio, el tiempo de trabajo y el tiempo de recuperación entre cada serie. Para ganar tejido muscular debemos trabajar con mucha intensidad, de forma breve y con un margen de recuperación largo. En cada entrenamiento debemos estar recuperados para rendir al cien por cien. Para ello, además del tiempo de descanso, necesitamos una alimentación adecuada, alta en hidratos de carbono compuestos y en proteínas.

Para empezar, una buena rutina sería entrenar (día sí, día no) de la siguiente manera:

  • Para fortalecer la pierna, podemos hacer sentadillas en cuatro series de diez repeticiones.
  • Para los pectorales, flexiones en ocho series de diez repeticiones.
  • Para el dorsal, remo con mancuernas en cuatro series de diez repeticiones: apoyados sobre una superficie como un banco, cogemos la mancuerna con la palma de la mano hacia el frente y la llevamos no hacia el hombro, sino hacia la cintura. Como en todos los ejercicios de mancuernas para ganar masa muscular, levantaremos tanto peso como podamos, pero de forma que siempre estemos haciendo el ejercicio de forma correcta.
  • Para el hombro, press con mancuernas en ocho series de diez repeticiones: sentados, con la espalda recta y la mirada al frente, levantamos las mancuernas por encima de la cabeza sin dejar que choquen.
  • Para el bíceps, curl con mancuernas en ocho series de diez repeticiones: con las palmas de las manos hacia el frente, se llevan las mancuernas hacia los hombros sin tocarlos y sin mover los codos.
  • Para el tríceps, patadas de tríceps en cuatro series de diez repeticiones: inclinados sobre una superficie como un banco, dejamos el codo a la altura de la cintura y, desde ahí, se extiende totalmente para luego flexionarlo, llevando las mancuernas hasta la altura del codo.
  • Para la zona lumbar, extensión de tronco supino en cuatro series de diez repeticiones: tumbados con los brazos extendidos, las piernas flexionadas hacia arriba y las plantas de los pies bien sujetas al suelo, arqueamos el tronco abriendo tanto hueco en la zona lumbar como nos sea posible.
  • Por último, para la zona abdominal, hacemos tantos abdominales como podamos, en series de diez repeticiones, pero de forma que nunca dejemos de realizar el ejercicio correctamente.

He aquí la explicación ilustrada de cada ejercicio.

El tiempo de descanso entre cada serie debe ser el 150 % del tiempo que nos haya llevado realizarlo. Es decir, si tardamos un minuto en hacer una serie de ejercicios, deberemos descansar un minuto y medio antes de hacer la siguiente.

A las seis semanas de haber empezado esta rutina, podemos modificarla, haciendo ejercicio cuatro días a la semana pero dedicándole cada jornada a una de las partes en las que dividiremos el cuerpo. Por ejemplo, podemos consagrar los lunes y jueves a las piernas, la zona dorsal, los pectorales y los hombros; y los martes, y viernes, a los bíceps, los tríceps, la zona lumbar y la abdominal. La intensidad del ejercicio ha de ser, sin embargo, la misma: tanta como nos permitan nuestras fuerzas (que irán aumentando a medida que vayamos haciendo deporte). Dejar un tiempo suficiente de descanso es importante si se quiere ganar tejido muscular, ya que nos ayuda a reponer las fuerzas para que el cuerpo pueda crear tejido nuevo, en lugar de destruirlo.

Recuerde que es muy importante no hacer apneas respiratorias. Nunca aguante la respiración: suelte el aire cuando realice el esfuerzo venciendo la resistencia, sea de su cuerpo o de una mancuerna. Tome aire en el movimiento contrario.

Quemar grasa corporal: cuánto tiempo se tarda y dónde se nota primero

Desde un punto de vista fisiolólgico todo proceso de destrucción suele ser más sencillo que un proceso de construcción, aunque pueden pasar varias semanas hasta que se empiecen a notar resultados.

No hay una poción mágica ni remedios milagrosos cuando se trata de tener unos hábitos de vida saludables y de perder peso. La actividad física y una buena alimentación son requisitos fundamentales para estar y sentirte bien, pero deben convertirse en la norma y no en la excepción. Es así de sencillo y de complicado al mismo tiempo. No hay atajos que ayuden a quemar grasa de determinadas partes del cuerpo ni entrenamientos específicos que aceleren el proceso.

Es la premisa de la que hay que partir. Desde un punto de vista fisiolólgico todo proceso de destrucción suele ser más sencillo que un proceso de construcción por lo tanto los resultados van a llegar pero no hay que desesperarse porque a la hora de adelgazar intervienen muchos factores.

 

Lo primero que debemos entender es que el proceso va a depender mucho de la genética de cada persona. Hay quien es más propenso a perder grasa en una zona determinada, aunque siempre hay partes del cuerpo en las que, una vez comienza el proceso de definición y de restricción calórica, habitualmente se nota antes”, explica David Marchante, graduado en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte y experto en deportes de contacto. También logró en 2016 el récord Guiness de la dominada más pesada (104,55 kg).

La literatura científica afirma que en las cuatro primeras semanas donde más se nota la pérdida es en los brazos, sobre todo en hombres. A partir de la cuarta semana y durante las siguintes hasta la octava, la cara, la cintura escapular, la espalda alta y las piernas son las partes tanto en hombres como en mujeres, donde más se aprecia definición, aunque en mujeres las piernas pueden requerir más tiempo. A partir de ahí el proceso se vuelve más complicado y hay que insistir hasta las 12 semanas para poder ver resultados en pecho y zona interna de los muslos, aunque depende de factores como el índice de masa corpora”, añade Marchante.

Las zonas que más se resisten

Por último el experto, enumera las partes del cuerpo en las que se pierde grasa en última instancia. “Puede requerir hasta 16 semanas en hombres ver resultados en muslos, glúteos y abdomnen, y en mujeres cuesta mucho también en esas zonas y además en tríceps y en la zona superior del pecho. Invito a la gente a que no se desanime porque apreciar cambios en unaz zonas y no en otras es totalmente normal porque depende de muchos factores: se necesita paciencia y constancia”, concluye David Marchante.